El desarrollo de salmonicultura (es decir, la cría intensiva e industrial de salmones) en zonas donde los salmónidos no son nativos y existen ecosistemas de alto valor y fragilidad como los mares patagónicos, tiene graves impactos ambientales que no son posibles de evitar. Prueba de ello, es que Chile que tiene un desarrollo de más de 30 años de salmonicultura y regulaciones específicas para esta industria (las cuáles han mejorado estándares en los últimos años), continúa siendo foco de desastres ambientales provocados por la industria mes a mes. Al mismo tiempo, la mayoría de los centros de cultivo que han protagonizado estos desastres, se encontraban con “certificaciones ambientales del tipo ASC” correspondientes “a las mejores prácticas acuícolas”, lo que demuestra que el problema no es de estándares sino de la actividad en sí misma sobre estos ecosistemas marinos. Otro ejemplo del fracaso del modelo salmonicultor es Estados Unidos. Luego de desastres asociados a la industria, en particular el masivo escape de salmones que afectó a las especies nativas, el estado de Washington decidió poner fin a la industria ya instalada al año 2025.